"Les regles du savoir vivre dans la societé contemporaine" (Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna) es un texto extremadamente singular y al mismo tiempo característico de la escritura de Lagarce.

En primer lugar no es un texto original, sino la reescritura de un manual con el mismo título editado en 1889, y escrito por una inexistente baronesa Staffe. En realidad la autora era una señora de la alta burguesía francesa de provincia que nunca frecuentó aquel mundo noble que describió en su libro. Esto no impidió que el libro tuviera un éxito enorme, con continuas reediciones y nuevas versiones, y que la autora se convirtiera en una referencia de los modales y las reglas de sociedad con títulos como "La correspondance dans toutes les circonstance de la vie" (La correspondencia en todas las circunstancias de la vida) o "Carnet de savoir vivre"(Carnet del saber vivir).

El texto fue un encargo por parte del Théâtre du Granit. Coincidiendo con el momento en que Lagarce, ya muy enfermo, hablaba de su despedida del mundo y la vida en "Juste la fin du monde", él aceptó el reto de escribir este divertissement, un texto irónico y en apariencia ligero sobre las reglas que gobiernan el saber vivir en la sociedad.

En realidad los dos textos viajan en paralelo hacia el mismo destino, una critica feroz sobre nuestra sociedad que, con sus reglas reconocidas u ocultas, nos oprime dentro de una estructura que impide cualquier sinceridad en las relaciones, y que acaba convirtiéndose en juez ante nuestras emociones e instintos.

Mientras que en "Juste la fin du monde", Lagarce atacaba con amargura y tristeza la familia como microcosmos de néurosis, indiferencia y falta de amor, en este texto ataca, con la ironía que le da la distancia histórica, toda la estructura de la sociedad con sus sinsentidos e hipocresías, para finalmente poner en ridículo nuestros convencimientos modernos.

Y esta distancia irónica le permite investigar en un estilo ligero y cómico que nunca antes había aparecido en sus textos, siempre cargados de melancolía. Leyéndolo parece como que el autor aproveche el encargo para tomarse un descanso, para reírse de sí mismo, de su débil humanidad y de su triste situación personal.

Al mismo tiempo, y tal como sucede en todos los textos de sus últimos años de vida, es imposible no sentir la sombra de la muerte, de ese final obligado que deja sin sentido todos nuestros esfuerzos para organizar y estructurar nuestras vidas.

El elemento más característico de este autor y que reaparece con fuerza en este monólogo, es sin embargo el lenguaje mismo. Lagarce siempre ha puesto en el centro de sus textos, antes que a la misma trama, al lenguaje con su estructura y su inhabilidad a describir nuestras emociones. Todos sus personajes buscan siempre la manera de explicarse y de comprender, creando ese estilo de repeticiones, rectificaciones, idas y venidas, tan típico de este autor.

Pero en este monólogo, el hecho de explicar y buscar las palabras para describir la vida y sus leyes se convierte en el tema y la acción principal de la protagonista: todas sus acciones se centran en intentar describir, con la mayor precisión, la manera de controlar nuestras vidas.

Y así el lenguaje, con sus estructuras y normas, se declara como la metáfora más potente de todas las reglas que nos hemos dado para convivir "civilizadamente". Por lo tanto no solo lo que dice la protagonista, sino también su propio lenguaje, son autodenuncias de la manera como estrangulamos nuestras vidas.

Cia Tantarantana