Hace más de treinta años que dirijo teatro. Lo hago porque no tengo la capacidad de estar al cien por ciento del suceso teatral, tal como lo están los actores; esta limitación, real o imaginada por mí, creo haberla convertido en un doloroso placer que como bien sabemos es el que motiva el voyerismo, pero aquí es mejor, en el teatro, puesto que el mirón tiene la facultad de crear aquello que quiere contemplar en secreto. Esto me ha llevado a amar a los actores, a admirarlos por aquello que quiere contemplar que yo nunca me atreví a hacer, es decir, asumir voluntariamente un destino dictado por un semejante. Cuando esta generosidad rebasa los limites de capacitación técnica y se adentra de una manera riesgosa en la exposición del alma, para beneficio de los espectadores, se da la gracia que me impulsa sin remedio a vivir un amor por los actores.

Con Estaba yo en casa y esperaba que lloviera he recuperado el placer de volver a trabajar con Marta, Angeles y Mireille; me han vuelto a deslumbrar con lo rotundo y lo sutil de su proceder como actrices. También con esta obra he podido empezar a conocer a Adriana y a Jana; ambas, por mi inexperiencia ante ellas, me resultaron un laberinto a recorrer.
Si el placer que yo encontré en construir este suceso teatral es transferible, evidentemente, el destinatario de todo esto, eres tú, espectado de hoy.

German Castillo