LOUIS.– Más tarde, un año después,
–yo en su momento iba a morir–
tengo casi treinta y cuatro años y yo muero a esa edad,
un año después,
de muchos meses esperando, haciendo nada, haciendo trampa, sin querer
saber,
muchos meses esperando que todo terminara,
un año después,
como cuando intentamos movernos,
apenas,
ante un grave peligro, imperceptiblemente, sin el menor ruido ni un gesto
brusco que despierte al enemigo y nos destruya de inmediato,
un año después,
a pesar de todo,
el miedo,
arriesgándome y sin la menor esperanza de sobrevivir,
a pesar de todo,
un año después,
decidí volver para verlos, volver sobre mis pasos, seguir mis propias huellas y
hacer el viaje,
para anunciar, lentamente, con cuidado, con cuidado y precisión
–eso creo–
lenta y pausada, reposadamente
–¿no he sido acaso siempre y para todos y en especial para ellos un hombre
reposado?,
para anunciar,
decir,
sólo decir,
mi muerte cercana e irremediable,
anunciarla yo mismo, ser su único mensajero,
para que parezca
–tal vez lo que siempre quise, quise y elegí, en toda circunstancia y hasta
donde me atrevo a sondear en mi memoria–
para que parezca que también en eso yo decido,
para darme a mí mismo y a los otros, y especialmente a ellos, a vos,
a ustedes, a ella, a esos que todavía no conozco (demasiado tarde, lo lamento)
darme por última vez a mí mismo y a los otros la ilusión de ser responsable
de mí mismo y de ser, hasta en estos extremos, dueño de mí.
Traduccion de Jaime Arrambide (Argentine)
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